La mañana del jueves 10 de septiembre comenzó como cualquier otra, pero con un ambiente de incertidumbre que se manifestó en las calles y en las redes sociales, debido a que ese día se llevó a cabo el juicio del preso político Leopoldo López, quien fue juzgado en el Palacio de Justicia, ubicado al oeste de Caracas.
La periodista Robdenis Ramírez, de El Nacional Web, fue la primera enviada a las inmediaciones del Palacio para informar lo que sucedía. Al principio todo parecía estar en calma, fue cuestión de minutos cuando la situación pasó de “claroscuro”, ya que comenzaron a llegar simpatizantes del oficialismo.
Vestidos con camisas de Nicolás Maduro, Simón Bolívar, Hugo Chávez, Fidel Castro y el Che Guevara, los evidentes chavistas gritaban improperios, vociferaban groserías, insultaban, maldecían y exigían que López fuese sentenciado a cadena perpetua por ser el “responsable” de las 43 muertes que se registraron producto de las manifestaciones y “guarimbas” del año 2014.
Si bien hubo presencia de la autoridad, Policía Nacional Bolivariana (PNB) y Guardia Nacional Bolivariana (GNB), ésta fue silenciada por más de 100 personas que, no se sabe si por odio, molestia o frustración, comenzaron a atacar a los miembros de Voluntad Popular (VP) y a los periodistas.
¿Por qué atacaron?
Bajo la mirada de los uniformados se formó una riña que al parecer tenía un solo propósito, “eliminar” a los que apoyaban al Coordinador Nacional de (VP) y a los otras personas que llevaban consigo cámaras, micrófonos y credenciales de periodistas.
¡Corran, Corran, vienen por nosotros!, ¡Guarda la cámara que le quitaron una a un periodista, creo que es el de Telemundo!, ¡escóndete que vienen por nosotros, no quieren que cubramos lo que está sucediendo! ¡Al de Telemundo le jodieron la mano!, frases como estas fueron balbuceadas por los equipos reporteriles que se presentaron en la sede del organismo para realizar, como siempre, su trabajo periodístico.
Mientras los reporteros corrían para protegerse y al mismo tiempo continuar cubriendo lo que sucedía, los oficialistas agredían, golpeaban y atacaban a los que vestían camisas color naranja. Fue en ese momento de desorden y violencia cuando cayó el primer venezolano.
Los que caminaban por las calles que colindan con el Palacio, el CNE y la Asamblea Nacional, solo podían escuchar gritos y ver desorden. Se preguntaban entre si qué sucedía, sin imaginarse que a menos de una cuadra el cuerpo de un adulto yacía sin signos vitales en la calle, mientras la pelea y el desorden persistía.
Aunque la muerte de Horacio fue natural, sucedió en un momento donde era atacado por personas que evidentemente apoyaban al fallecido presidente Hugo Chávez y que gritaban “fuera malditos los vamos a matar. No volverán!
Llamada de emergencia
¡Vengan por mí, ya no quiero estar aquí!, fueron las palabras de Rob, quien con valentía y gallardía cubrió hasta donde pudo todo lo que sucedía en las inmediaciones del Palacio. Llegó a El Nacional en metro porque no pudo esperar hasta que fueran por ella, motivado a que la situación, a medida que pasaban los minutos, se volvía más ruda.
En ese momento tres miembros del equipo de la web fueron encomendados para continuar con el trabajo. Alex Fuenmayor, Abraham Tovar y Juan Manuel, los dos últimos camarógrafos.
Durante el trayecto, un GNB que trató de sobrepasar al vehículo del periódico derrapó como si estuviese cayendo de un tobogán de agua. Se deslizó unos cuantos metros y entre susto y nervio lo primero que hizo fue sacar su arma de fuego cuando se levantó cómo pudo. Como se encontraba aturdido, fue orientado por otras personas quienes aparecieron de la nada y le ayudaron. Los periodistas siguieron su camino.
A partir de este momento contaré lo que vivimos
Una vez en las inmediaciones, lo primero que respiramos fue miedo. Los chavistas, quienes se encontraban sudados, con el vestuario sucio y bebiendo alcohol, miraban con ojos desorbitados a quienes llegaban vestidos diferentes a ellos.
Como pudimos nos “camuflajeamos”, involucrándonos con unos cuantos oficialistas que hablaban sin parar, aparentemente sin saber lo que repetían. Nos entregaron materiales de ellos –fotos de víctimas de las guarimbas- y nos advirtieron, “mosca que la cosa está jodía, váyanse si pueden”.
No terminaron de advertirnos cuando presenciamos el primer acto de violencia cobarde y de intolerancia desproporcionada. Una pareja que transitaba por la plaza Bolívar fue atacada “sin ton ni son”. ¡A ellos a ellos, síguelos y dales coñazo! Fue lo que escuchamos antes de ver cómo eran agredidos.
Más de 30 personas siguieron a los caminantes. Con tubos, madera y manos bien firmes les pegaron, atacaron, golpearon, y pisotearon. A la muchacha la tiraron al suelo, acción que detonó la ira de su pareja quien, con posibilidades nulas de liberarse, la defendió.
Continuaron golpeándolos como si disfrutaran lo que hacían. Los escupieron, les rompieron sus ropas y les quitaron algunas pertenencias de valor. Todo esto sucedió mientras ellos dos, sin más, entre llantos y desesperación, se abrazaron tan fuerte que parecían una solo persona. Al llegar a la estación del metro Teatros todo “terminó”, los chavistas se devolvieron a la plaza Bolívar como si nada hubiese pasado.
Ese escenario se repitió en más de cinco oportunidades, quien caminaba por los alrededores de la plaza y estaba bien vestido o tenía “pinta de sifrinito” era atacado sin compasión.
Pasaron unas dos horas hasta que migraron los chavistas de la Plaza Bolívar hasta la Diego Ibarra. Los seguimos para continuar con el trabajo reporteril, sin notar que éramos vigilados desde el momento que llegamos.
Secuestro
¿Ustedes quiénes son? Nos preguntó un hombre quien tenía aliento etílico y parecía como si hubiese visto en nosotros un enemigo mortal a quien por fin encontró.
“Somos periodistas”.
-¿De qué medio? (Lo preguntó mirándonos de arriba abajo mientras hacía señas para que más de los “suyos” se acercaran”.
“De El Nac…”
No terminamos de responder cuando fuimos acordonados por al menos 10 de ellos. Nos llevaron hasta un cuartico como si se tratara de delincuentes.
Con una mano nos agarraron los cuellos de las camisas sin percatarse que nos ahorcaban, o quizá sí, y con la otra nos llevaron ambas manos a atrás y nos sacaron de entre ellos. Dimos menos de 20 pasos hasta que uno de los que nos llevaba sujetados, tan fuerte que era imposible librarse, dijo “mételos aquí”.
“No se muevan o les parto la maldita cara a coñazos, malditos infiltrados van a saber quién coño e madre es un chavista arrecho. Ustedes no tienen que hacer nada aquí así que están metidos en tremendo peo. De esta no salen sin una rumba de coñazos, vamos a ver quién los saca de esta malditos opositores”, gritaron.
Nos obligaron a entrar en un cuartico donde nos empujaron y hamaquearon Nos. Hicieron señas de que si hablábamos nos iban a golpear. En el lugar no había nadie, solo gotas de sangre, potes de agua y una mesa donde observamos más de 7 teléfonos celulares, carteras y dinero.
“Pongan todo ahí y quítense todo. Llama a Carmen Zerpa y la teniente”, ordenó el más violento.
Carmen al principio intentó ayudarnos, pero los comentarios de los suyos tuvieron más peso. “No les entreguen sus teléfonos, dejen que se vayan ‘solitos’ por ahí, démosle un ejemplo de no violencia”, opinó con un tono de ironía.
Uno de los presentes aseguró que era funcionario del Sebin, por lo que nos informó que nuestras pertenencias no serían devueltas –comentario que emitió mientras uno de ellos jurungaba los teléfonos mientras se repetía cómo borrar todas las fotos.
Por desgracia de ellos y fortuna de nosotros, esa teniente, quien pensaban ellos que daría luz verde para que nos dieran una “paliza” me conocía. Mantendré su identidad bajo el anonimato.
¿Qué hacen ustedes aquí? Fue lo primero que dijo cuándo ordenó (repitiéndolo varias veces) que nos soltaran. “Yo los conozco así que suéltenlos, devuélvanle sus pertenencias, celulares y carteras”.
-“Pero mi teniente ellos son unos infiltrados, quieren sabotear lo que hacemos aquí, nos están tomando fotos. Los hemos observado desde que llegaron, escuchamos todo lo que han dicho, no los podemos soltar sin joderlos”, dijeron algunos.
La teniente, sin prestarles atención nos sacó del cuartico y dijo, “les iban a entrar a coñazos, no debieron venir, llamen para que los saquen de aquí. No los dejaré solos porque seguramente los van a seguir, miren cómo los ven, quieren joderlos”.
Si ella no hubiese estado probablemente estaríamos contando esto en un hospital.
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