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Desde nuestra infancia, estamos directa o indirectamente influenciados por este asunto de la inteligencia; por ejemplo, decirle a un padre que su hijo es inteligente es un gran cumplido, las escuelas ostentan cuadros de honor que premian con reconocimiento social a los niños con un desempeño académico excepcional, y ni se diga de las empresas jugueteras que aúpan sus productos realzando el valor psico-educativo que estos tienen para el desarrollo de competencias orientadas al éxito académico. La promesa de la modernidad es clara, una inteligencia adecuadamente cultivada es sinónimo de éxito en la vida, abriendo la oportunidad a becas y casas de estudio reconocidas que forjaran a un profesional destinado a grandes cosas. Sin embargo, pocos son capaces de definir con certeza lo que es la inteligencia.

¿Qué es la inteligencia?

Inteligencia es uno de esos términos que usamos cotidianamente y que sin embargo nos cuesta explicar; es una palabra heredada del lenguaje psicológico que ha permeado nuestra forma de entendernos a nosotros mismos y a los otros, pero que al final del día es un tanto nebulosa e inexacta, incluso para los propios científicos que la estudian, fijémonos por ejemplo en este extracto de “Intelligence: Knows and Unknows” publicado en 1995 por un comité científico de la asociación americana de psicología:
Los individuos difieren unos de otros en su habilidad para entender ideas complejas, para adaptarse con efectividad a su entorno, para aprender de las experiencia, para razonar y para sobreponerse a obstáculos a través del razonamiento. Aunque estas diferencias individuales pueden ser substanciales, nunca son completamente consistentes: el desempeño intelectual de una persona variara en distintas ocasiones y en distintos contextos particulares. Los conceptos de “Inteligencia” son intentos de clarificar y organizar este grupo complejo de fenómenos. Aunque cierto grado de comprensión ha sido alcanzado en ciertas áreas, ninguna conceptualización ha respondido todas las preguntas importantes, y ninguna tiene un carácter universal. De hecho, cuando se le pidió  a una docena de teóricos prominentes que definiesen inteligencia, dieron dos docenas de definiciones distintas entre sí. 
En líneas generales, cuando hablamos de inteligencia en nuestro día a día, nos estamos refiriendo a un conjunto muy específico de habilidades que abordan el razonamiento lógico-matemático, el pensamiento abstracto, la facilidad de aprendizaje, el acervo de conocimiento y la percepción espacial, todas cualidades importantes que fomentan el desarrollo del niño y que utilizamos en nuestra cotidianidad; sin embargo, la pregunta que tenemos que hacernos es ¿qué estamos dejando por fuera?. Cuando hablamos de atletas, músicos, pintores, escritores o actores, raramente nos referimos a ellos como inteligentes, prefiriendo categorizarlos como “talentosos”, siendo el talento un rasgo natural del sujeto, algo con lo que naces, una mezcla entre herencia genética y la baraja que te da la vida, una se cultiva y el otro es innato.
Fotografía: mimagephotography - Shutterstock
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Sin embargo, todos sabemos que esto que esto no es cierto, un deportista o un artista requiere de un proceso de formación igual de demandante que el de un científico, horas de práctica y profesionalización son invertidas en academias de danza, música y centros deportivos para desarrollar las habilidades necesarias para triunfar en estos pequeños espacios sociales. Esta diferenciación entre talento e inteligencia es más bien una segregación de habilidades en dos grandes grupos, aquellas orientadas a la empresa intelectual y las demás, creando la falsa expectativa de que las primeras pueden ser aprendidas y que las segundas son producto de buena fortuna. 
Para muchos teóricos de la inteligencia esta diferenciación es obsoleta, y es por eso que hoy en día tenemos nuevas formas de inteligencia como lainteligencia emocional, la inteligencia social, la inteligencia cultural, la inteligencia corporal, la inteligencia musical, la inteligencia naturalista y otro sin fin de conceptualizaciones que extienden la noción de inteligencia como comprensión y habilidad para resolver problemas a otras áreas de la experiencia humana más allá de la empresa intelectual. 
Hoy en día seguimos evaluando a las personas por un criterio que fue construido hace casi 200 años.
En este sentido, cuando hablamos de una persona particular que no le va muy bien en los estudios, pero es un verdadero prodigio para la música, no es adecuado decir que no es una persona inteligente, esto nos lleva a menospreciar sus cualidades en favor de realzar que sus intereses y tendencias naturales no coinciden con un sistema educativo sesgado cuyo objetivo es la formación del ser iluminado, aquel hombre o mujer que para Augusto Comte era el estado final de la humanidad, el científico. Eso significa que hoy en día seguimos evaluando a las personas por un criterio que fue construido hace casi 200 años, en una época donde la filosofía de la ciencia intentaba validar su existencia en contraposición al pensamiento religioso y filosófico imperante, en su lugar, sería más acertado considerar que este individuo tiene una serie de fortalezas y competencias que lo hacen extraordinariamente inteligente en otras áreas. 

¿Ser inteligente nos asegura éxito en la vida?

Fotografía: Ollyy - Shutterstock
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Aunque numerosos estudios han encontrado que existe una relación moderada entre la concepción tradicional de “ser inteligente” (conocimiento técnico y capacidad de resolver problemas) con el éxito laboral y social, lo cierto es que muchas otras investigaciones han encontrado que esta relación solo se da cuando viene acompañada de inteligencia social e  inteligencia emocional, el debate sobre este punto es álgido, pero algo que sale a relucir es que parecería que es más importante “saber ser inteligente” que “ser inteligente”.
¿Y qué quiere decir esto?, sencillamente que la persona que es valorada como inteligente por otros tiene mayor valencia social que quien podría ser más inteligente pero no lo demuestra, por ejemplo, 85% del éxito empresarial tiene que ver con habilidades sociales, saber convencer, saber liderar grupos de trabajo, y saber negociar, mientras que el otro 15% se debe a conocimiento técnico. En líneas generales, las personas prefieren hacer negocios con personas que les agradan aunque su conocimiento técnico no sea tan extenso como el de su competencia, interesantemente, estos individuos son percibidos como “más inteligentes”, lo que nos lleva a considerar que la inteligencia no es solamente un atributo personal, sino que es una forma de comportarse y una forma de ser percibido por las personas que nos rodean. 
Fotografía:  Creativa Images - Shutterstock
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La apariencia personal también juega un papel determinante en el éxito profesional,   por ejemplo, los hombres atractivos tienen mayor probabilidad de ser asignados a cargos gerenciales, mientras que las mujeres más atractivas son asignadas a cargos no gerenciales, esto responde a lo que la psicología social llama el efecto halo, es decir, la tendencia a estereotipificar a las personas en función a la primera impresión; de modo que el hombre atractivo es percibido como inteligente y capaz mientras que la mujer atractiva es percibida como sociable pero poco capacitada, irrelevantemente de su inteligencia o conocimiento técnico. Ciertamente esto es injusto y abominable para nuestros estándares sociales modernos, pero una vez más, es evidencia de que tener un IQ de 138 no es un pase a una vida de éxitos y riquezas.
Lo que esto quiere decir es que si bien privilegiamos a la inteligencia en nuestra formación, también es cierto que existen muchas competencias y factores que también son importantes pero que quedan a la deriva, el capital social, la apariencia y el saber controlar las emociones son factores tan influyentes como el intelecto la hora de alcanzar el triunfo; y sin embargo, son áreas que si bien han ganado tracción en los últimos años en nuestro pensum educativo, todavía muchos vivimos bajo la ilusión de que ser una persona sociable o agradable es algo con lo que se nace y no algo que podríamos aprender o desarrollar.
En conclusión, la inteligencia como tradicionalmente la hemos venido manejando es una promesa de éxito, si y solo si, ella viene acompañada de otros elementos. Nuestras habilidades y conocimientos nos pueden llevar lejos pero no podemos dejar de lado que como seres humanos estamos sumergidos en un mundo social complejo, difícil de predecir, y que un solo indicador no es suficiente para asegurarnos nuestro trabajo soñado, la fama, o cualquier otra cosa que nos haga feliz.